Lo infraleve

Excesos en la mirada

30 enero 2007

El jaleo va por las venas

Las brechas no son más que vías de absorción, llaves de paso. Señalan las derrotas a seguir. Vivir escuece. Puedes optar por otras cosas que se parezcan a la vida. Cuando el modelo difuso se va concretando en tientos al corazón se cierran todas las persianas. Me siento sobre la hipótesis de la regularidad, sofocando las diminutas hogueras que chispean en los dedos de mis pies. Saltan los fueguecitos inquietos. Ya ves que tú me ves. Me ves aquí sentada y notas que me muevo por dentro, que no puedo ni fijar los ojos. Chasqueas la lengua y mueves la cabeza. Estás preocupado porque ves cómo saltan los resortes, clac, clac. Y eso que me ato al respaldo del sofá, que pongo sobre mí una torre de libros y papeles, que sujeto mi pelo con un cerro de gomas. Pero tú me conoces y sabes que ni yo me puedo retener. Y no es que quiera, esta vez no es que quiera.

29 enero 2007

Lo que me pida



La cosa es reproducir el párrafo 5º de la página 123 del libro que se está leyendo..., Moe dixit.


Ya le advertí de mis lecturas actuales... Esto tenemos:


A finales de agosto empieza el retorno hacia el sur, interrumpido periódicamente por batidas de renos hasta noviembre, momento en el que los nganasan se asientan de nuevo en las aldeas de invierno. A lo largo del invierno continúan la caza de algunos renos, solos y dispersos, y de focas polares, al mismo tiempo que la pesca en el hielo. Durante esta época los nganasan confeccionan la ropa, reparan las herramientas y los trineos y se dedican a otras actividades sedentarias.


La evolución de las sociedades humanas. Ariel Prehistoria. Allen W. Johnson y Timothy Earle. ISBN 84-344-6695-3


Estos siberianos tan sonrientes de la foto eran, hasta hace muy poco, cazadores recolectores, con pequeños rebaños de renos que les ayudaban en el transporte. Ahora, debido a las presiones del entorno, la mayoría son pastores a gran escala con lo que la estratificación social y la economía de mercado se ha instalado entre los nganasan variando de forma considerable su modo de vida.

26 enero 2007

Nada por aquí...


Foto de Margarida





Algo ruidoso, en blanco y negro.
Parece un chocar de piedras o un clac al saltar los resortes.
Así no se aprecian las cosas con una mínima limpieza de formas.
Ladran y se agitan las partes deshuesadas.
Se conjura el camino que lleva al sitio de la torpeza. Que ya se sabe que lleva. Que ya se ha estado allí.
Un montón de cristales mal pegados,
a cada paso una voz más terrosa, un intervalo más impertinente, un ojo más vago.
Me quedo por la noche con el cuerpo tan hueco que podría cascarse con un mínimo golpe.
Ni siquiera mancharía la sábana.

24 enero 2007

Los olivos de Bil’in

Hace dos años que cada viernes se celebra en la aldea de Bil’in, cerca de Ramalah, una manifestación en la que participan palestinos, israelíes que están contra la ocupación y movimientos pacifistas internacionales.



Este pueblo ha perdido la mayor parte de sus olivares, su principal recurso económico, que ha pasado a manos israelíes merced a una valla que ha seccionado más de un 50% de sus tierras.

El viernes, 22 de diciembre, pude ver a los hombres y los niños de Bel’in recorrer el camino que separa la aldea de la barrera israelí, una ruta en la que se alternan los árboles y las torretas de vigilancia.
Con un cielo negro, a las doce del mediodía, gritaban un puñado de banderas palestinas.

No se puede entender lo que les está pasado si no se les ve así de cerca, si no se escuchan estas pisadas.
Los manifestantes llegan a la valla, se enfrentan a los soldados con ramas de olivo en las manos, les están recordando que esas tierras son suyas, que los frutos que recogen son los que ellos y sus padres han sembrado, que no permitirán que un muro les encierre para siempre hasta que sean olvidados.


Algunos chavales se quedan rezagados y lanzan piedras a los soldados que les responden con gases lacrimógenos y balas de goma en una desigual, trágica y desesperada batalla. Veo las hondas en las manos de los niños que nacen con las piedras puestas, que tienen la visión palpable del enemigo. Me llega el picor de los gases a los ojos y a la garganta pero no veo que ninguno de ellos suelte una sola lágrima.
Conocí allí a una mujer argentina de 72 años, me contó que vivía a caballo entre Tel Aviv y Suiza y que siempre que le era posible acudía a esa cita frente a los soldados porque lo cree de justicia, porque éste es ahora su pueblo y a él se suma, porque esta manifestación no es más que la pregunta estéril de un pueblo asediado.




Hay una casa pegada a la alambrada, su dueña amanece cada día rodeada de soldados. Las tierras que eran de su familia son ahora de los israelíes y se lo recuerdan desde el borde mismo de su jardín. Su hija pone música para no escuchar los disparos y hasta me enseña unos pasos de danza. Así es la vida de entreverada. Ambas saben muy bien lo que es sobrevivir.

Mientras, en la manifestación, se arrancan trozos de alambrada, se lanzan a un simbólico vertedero del apartheid. Un trozo menos de cercado.

Alguien se sube a la valla. Alguien salta al otro lado. Alguien golpea con piedras y el sonido metálico parece un grito.

Después de un par de horas la gente vuelve a casa.
Los chicos continúan escondidos entre los olivos,
las piedras sobrevuelan,
los soldados responden desde sus puestos.
La tormenta no llega a descargar y se nota en el cielo el peso de la lluvia no caída.

A mediados de este mes de enero la tensión aumentó en la zona y se dispersó violentamente a los manifestantes.
Muchos vecinos de Bil’in resultaron heridos.

19 enero 2007

Un avioncito de palabras hasta donde llegue


Él dice Rewind, como lo dice todo, con la poca vergüenza con la que se conoce y se desnuda. Dice, como yo lo pienso, que hay algo en él que tiende a la reforma, que mejora los versos al conjugar en tú. Se despliega sabiendo todo lo que seduce y me hace mantener esa media sonrisa de la incredulidad al descubrir un genio. Saca los pies del tiesto y tira de mí cuando acaricio la tapa de sus poemas desechables. Soy capaz de hacer un avioncito que le dé justo en medio de la espiral que me dibuja, del semicorazón azul de amor enteramente.
Él repasa el manual de instrucciones que no ha necesitado para acercarse a cada defensa y hacerla trizas. Yo estoy ahí sentada y estoy pensando que qué chico más listo.
Él dice que no sabe cómo encontrarse, entonces, cómo sabe encontrarnos hasta sacarnos de debajo de las sillas, hasta hacernos nacer...
Conoce muchísimas palabras por dentro: amapola, cincel y lapicero. Sobre todo, lapicero, palabra que le extraña con esa extrañeza que produce lo ajeno y que nos sirve para mirarlo todo con nuevos ojos.
Él sueña con encontrar un nuevo signo. No sabe todavía que lo tiene, que lo es.

17 enero 2007

Los dedos estrujan en medio de un negro panorama


Foto: Entrelazados, de Daniel Rodríguez, que me encanta.



Retuerzo mis manos en un grito. Es una forma de acercarme, una caricia hostil como mi aliento, un modo de pedirte la guerra que me haga sentir viva.

Me balanceo en los tablones indecisos, coloco entre los dientes dos clavos oxidados un poco antes de ofrecerte la lengua exigiéndote un beso.

Estos días araño alrededor como si me albergase un espacio grumoso del que fuera preciso desasirme.

Al final acabamos los dos ensangrentados.
No te consigo amar ni que me ames con estas embestidas recurrentes.

Yo que tú
me mandaba a la mierda.

15 enero 2007

Hebrón, en pedazos



Puede que Hebrón sea la ciudad más triste que he conocido.
La ciudad asediada por la gran línea roja.
La ciudad de los pasos prohibidos. En cualquier lugar nace una puerta cerrada.
En el centro de este mapa agrietado el gran rotulador ha marcado el H1 y el H2. En el H2 viven unas cuantas familias judías protegidas por cientos de soldados. La línea roja hostiga la ciudad. Los palestinos no pueden cruzarla. La ciudad está rota, asolada.
Hebrón es un gran cuerpo desmembrado.
Los controles militares israelíes jalonan cada barrio.

El casco viejo es un paisaje exinanido.

Dos niñas vuelven del cole, los soldados registran sus mochilas. Parecen dos niñas, parecen dos adolescentes que vuelven de estudiar, pero no hay que fiarse, son musulmanas, son palestinas, ergo pueden ser terroristas.


El palestino que nos acompaña tampoco puede pasar por aquí. Esta calle también está cerrada. Allí hay un muro de hormigón, por el otro lado una puerta metálica con alambrada, en aquella esquina el paso se corta con unos bidones. Cerrado, cerrado, cerrado.


Se respira vacío. Cientos de negocios condenados por mandato israelí. Este era un pueblo próspero...
Ahora todo se hace difícil, hay que pedir permiso, hay que armarse de paciencia sólo para cruzar de una calle a otra, para ir a trabajar, para ir al colegio.
Los sucesivos gobiernos de Israel han confiscado casas para unir los asentamientos. Abren heridas a cada paso.
Saha vive en Hebrón y cree que puede llegar la paz, pero la paz no es posible sin la justicia, ella espera que la comunidad internacional sea justa con el pueblo palestino. Nos cuenta que las madres quieren educar a sus hijos en el amor pero los niños ven cada día cómo son agredidas sus familias, están mamando violencia. Por las calles de Hebrón pasean los fantasmas de los muertos y es muy difícil jugar entre el dolor. Ellos lo intentan, los niños siempre son capaces, pero se aprecia una penumbra en todas las sonrisas.


Las mujeres nos relatan sus sueños, lo hacen con apremio, quieren vivir con alegría, quieren escuchar música, hacer deporte, bailar..., quieren que todo esto lo contemos nosotras que podemos saltar las puertas que a ellas se les cierran.
Nos hablan muy deprisa porque está anocheciendo y tienen que correr para ser registradas y que los israelíes no impidan que esa noche regresen a dormir con sus familias.







11 enero 2007

Con la lucha en los ojos

Se puede mirar más allá de los muros,
mucho más allá de las puertas cerradas.
Se puede soñar, saltar las barreras a fuerza de deseo.

09 enero 2007

Merienda refugiada en Izze


Si leísteis ayer el 20minutos ya conocéis a esta familia. Yo también tuve la suerte de estar en su casa el día 22 de diciembre. Buscábamos el campo de refugiados de Izze. Ya había anochecido y aunque estaba bastante cerca del hotel donde nos alojábamos, tardamos un poco en encontrarlo. Íbamos seis o siete personas. Cerca de una mezquita encontramos a un hombre joven y le preguntamos por el campo. Nos dijo que estábamos en él. En realidad era un barrio sólo un poco más pobre que otros que habíamos visto en los alrededores. Los niños jugaban entre los coches en una calle estrechísima sin aceras, apenas había luz. Bahaa, el chico al que preguntamos, nos llevó rápidamente hasta su casa. Tenía ganas de hablar, quería contarnos.
Su madre, Abla, nos recibió sólo ligeramente sorprendida, nos invitó a sentarnos y nos regaló la historia de su familia. Ser un refugiado es vivir deshabitado, en lugares prestados en los que se niegan a echar raíces para mantener viva la esperanza de volver a su tierra.
En este campo de Izze viven 2.400 refugiados en 6,5 kilómetros cuadrados. Abla recuerda que cuando los israelíes les echaron de Tilissafi se instalaron en las afueras de Belén en tiendas de campaña. Pasaron así inviernos muy duros en los que el viento y la nieve azotaban la tienda hasta arrancarla y dejarles a la intemperie. Ahora han podido construir una casa en la que viven tres generaciones pero aseguran que esa casa nunca será su casa. Los hijos, Bahaa y sus hermanos, ya nacieron en Belén pero no son de allí. Los nietos dicen que son de Belén pero sus padres y sus abuelos se esfuerzan en recordarles dónde está su lugar.
Bahaa dice que en Belén siempre han sido bien acogidos pero hasta los niños saben que son ciudadanos de segunda, que no tienen colegio en su campo de refugiados, que si se quieren apuntar a cualquier actividad cultural estarán por detrás de los niños y niñas de Belén. Siempre se cierne sobre ellos la sospecha de que los habitantes del campo de refugiados pueden ser peligrosos.







Mientras las niñas nos ofrecen café aromatizado y galletas, su abuela habla de la última intifada, en el año 2000. Cortaban el agua y la luz, sólo se escuchaban disparos. Nos reuníamos todos en una habitación de la casa, protegiendo a los jóvenes para que no se los llevasen. Yo tenía que salir a veces a por agua, esquivar los disparos. Estuvieron bombardeando durante varios meses.

Bahaa habla con rabia de su situación. De cómo cierra los ojos el resto del mundo sin hacer nada para evitar la ocupación israelí. Está estudiando periodismo para poner voz a nuestro sufrimiento. A Bahaa le gustaría que se supiera que han cogido nuestro país, nos han encerrado, nos han rodeado con un muro, han prohibido los hospitales, no nos dejan trabajar, estamos encerrados en una gran cárcel. Parecía que Europa estaba ayudando pero ahora no se oye nada, después de la invasión de Irak no hay opinión sobre Palestina, no se oye ni un ruido. Hay silencio y así vivimos, con el silencio alrededor, con el olvido. La ONU también nos ayudaba al principio pero todo se va diluyendo y aquí nos quedamos. Los niños se están criando en la calle, no tienen parques, no crecen bien, no pueden ser felices, no hay vida social para los jóvenes... Hace un tiempo los refugiados hablaban y pensaban que iban a conseguir algo, la gente contaba su experiencia a los periodistas pero ahora parece que todo el mundo cierra los ojos. Sólo queremos vivir, estudiar, trabajar, tener derecho a la vida en todos los aspectos. Así no vivimos, nos están negando la vida.

08 enero 2007

Ahora sí (II)


"De pronto algo me ocurrió" dicen esos turistas cuando inician su tratamiento psicoterapéutico. Suelen manifestar pautas muy similares de deterioro mental. Los síntomas aparecen al día siguiente de su llegada a Jerusalem, cuando empiezan a sentir un nerviosismo o una ansiedad inexplicables. Si vienen en grupo sienten de pronto la necesidad de estar solos y se apartan de los demás. Pronto comienzan a realizar actos de purificación y abluciones. A los cuatro o cinco días, los pacientes responden al enfoque de retorno a la realidad que preconizan los psiquiatras. "Me siento como un payaso", dicen algunos, avergonzados.
Existe la convincente teoría de que aquéllos que sufren el síndrome de Jerusalem venían predispuestos a ello en forma de un trastorno mental latente que se vio precipitado al llegar a la ciudad santa.
Lo mío no ha sido para tanto..., pero casi. La experiencia del viaje a Palestina me tiene aún alborotada, fuera de casi todo. Sin embargo, las circunstancias obligan a un reseteo precipitado. El trabajo me ha esperado impaciente con las bandejas llenas.
Todavía me siento a otro lado de un muro, de una puerta cerrada que poco tiene que ver con la oferta del día.
Os beso de año nuevo.
 
paginas amarillasrestauranteshotelesanuncios clasificadoscursos gratisventa de pisos