Hebrón, en pedazos
Puede que Hebrón sea la ciudad más triste que he conocido.
La ciudad asediada por la gran línea roja.
La ciudad de los pasos prohibidos. En cualquier lugar nace una puerta cerrada.
En el centro de este mapa agrietado el gran rotulador ha marcado el H1 y el H2. En el H2 viven unas cuantas familias judías protegidas por cientos de soldados. La línea roja hostiga la ciudad. Los palestinos no pueden cruzarla. La ciudad está rota, asolada.
Hebrón es un gran cuerpo desmembrado.
Los controles militares israelíes jalonan cada barrio.
El casco viejo es un paisaje exinanido.
Dos niñas vuelven del cole, los soldados registran sus mochilas. Parecen dos niñas, parecen dos adolescentes que vuelven de estudiar, pero no hay que fiarse, son musulmanas, son palestinas, ergo pueden ser terroristas.
El palestino que nos acompaña tampoco puede pasar por aquí. Esta calle también está cerrada. Allí hay un muro de hormigón, por el otro lado una puerta metálica con alambrada, en aquella esquina el paso se corta con unos bidones. Cerrado, cerrado, cerrado.
Se respira vacío. Cientos de negocios condenados por mandato israelí. Este era un pueblo próspero...
Los sucesivos gobiernos de Israel han confiscado casas para unir los asentamientos. Abren heridas a cada paso.
Las mujeres nos relatan sus sueños, lo hacen con apremio, quieren vivir con alegría, quieren escuchar música, hacer deporte, bailar..., quieren que todo esto lo contemos nosotras que podemos saltar las puertas que a ellas se les cierran.
Nos hablan muy deprisa porque está anocheciendo y tienen que correr para ser registradas y que los israelíes no impidan que esa noche regresen a dormir con sus familias.
Y yo quiero que escuchéis música, que viváis con alegría, que hagáis deporte, que bailéis... pero no sé cómo hacerlo. No sé cómo. Aún no sé cómo.