Sin absenta
Lo que más me sorprende es reconocerme en este intervalo de ajuste. Desde aquella noche en la que tuve tanto miedo de caerme por el balcón me puse a modelar cancelas, decoré los cerramientos con flores y me senté a acostumbrarme. Estaba más tranquila negándome de forma categórica todas las tentaciones, hasta con brusquedad, con un idioma artificioso de puro tajante. Cerré los ojos por los lados y caminé lo más recto que supe. No hacía tanto frío. Aún no lo hace. Pero echo de menos lo abrupto, el roce de la piedra en los talones, la flaqueza y lo trémulo del límite, las inseguridades de esconder parte de la cabeza, de anudar una esquina a lo que siempre huye (*). Ahora que soy buena me noto el corazón como si le faltaran las pestañas.
(*) al viento, a las olas, a las estrellas, a los pájaros, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que gira, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué hora es, y el viento, las olas, las estrellas, los pájaros, el reloj, os contestarán: ¡es la hora de embriagarse!. (B)
(*) al viento, a las olas, a las estrellas, a los pájaros, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que gira, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué hora es, y el viento, las olas, las estrellas, los pájaros, el reloj, os contestarán: ¡es la hora de embriagarse!. (B)
No niegues