
Soy un pueblo pequeño por el que pasa la niña de las zapatillas rojas condenada a la danza eterna. No voy a decir que cumplí mis propósitos. Siempre soy menos buena de lo que me prometo. A pesar de que entró un poco de corriente innecesaria pude recuperar la forma y me alejé del fondo gracias a tu sosiego que evita moretones en las sienes. La luz me recorrió desde la tarde hasta el amanecer rojo que percutió la cigüeña. Me asomé a la ventana y el frío fue un aviso de realidad porque todo hasta entonces era inflamado y líquido. De noche abrimos el techo y las estrellas explotaban como las palomitas. Me siento paseada y casi descubierta. Si no tuviese tantas gavetas quizá lo sabrías todo sobre mí pero entonces, seguro, no nos reiríamos tanto. Me ha cambiado la piel y huelo a ti por dentro.
Acojonante.
Y peor...