Me despertó un picor en la lengua pero no abrí los ojos. Nos reímos, nos habíamos reído un montón. Las chicas prepararon una cena fría, alguien llevó el vinito y yo mi arroz con leche. No tenía la falda puesta. Llegó la pareja del campo con huevos de corral, pimientos y tomates de su huerto. Yo no les conocía pero me encantaron. Parece que no estaba sola bajo la colcha verde. Se casaron este año, cerca de los 60, casi en cuanto pudieron aunque advirtieron que ellos no habían estado nunca dentro de ningún sitio. Me picaba la lengua con sabor a pitillo. No sé si entraba algo de luz por la ventana. Las chicas nos contaron que se compran un piso con un patio precioso para que juegue el niño. También hacía mucho que a él no le veía, quince o dieciséis meses. Teníamos que ponernos al día. Esta mano en mi hombro debe de ser la suya. Estuvimos hasta las mil contando batallitas. La gente se fue yendo a dormir. Menos éste y yo, que nos tumbamos en el sofá a fumar el penúltimo y acabar con el tupper de arroz con leche. Las palabras se fueron aplazando, las sílabas se distanciaban entre el humo. Cómo respira, con qué calma... Esto es un sofá cama. Aquí cabemos dos. Y me quedé dormida. Seguro que me quitó la falda y me tapó. Esta mano en mi hombro debe de ser la suya. Alargo un dedo. Presiono un poquito su mano. No sé que quiero, quizá tan sólo cambiar el ritmo de su respiración. Y lo consigo. Da un suspiro y se gira. Alejándose. Estará desnudo? Me parece que sí. Yo también interpreto un cambio de postura y rozo levemente su cadera. Aquí no hay nada. Su brazo está muy cerca. Me atrevo a recorrerlo con dos dedos, presionando de manera muy leve. No se altera. Un, dos, tres. Tamborileo. Un, dos. Llego a su mano. Él se gira un milímetro hacia mí.
A mí también me encantaría saber cómo acaba esta historia.
-¿Cuántas palabras caben en un cuenco? -me susurra.
Creo que está dormido, esa frase sabe a sueño. La habitación está oscura, no puedo ver sus ojos.
-En un bol de madera, en uno de esos que se usan para aliñar ensaladas en los restaurantes de moda...
Su voz suena firme. Su respiración ha dejado de ser profunda. Me pregunto si sabe que estoy despierta.
-¿Cabrán más si se disponen en una ordenada espiral o si se dejan caer al azar?
Sé que está despierto. Su mano se ha cerrado sobre la mía. Pero su cuerpo sigue paralizado en ese exiguo giro milimétrico.
-Un día llenaré un cuenco de palabras para ti, Exagerada. Lo aliñaré con bolognesa y te lo serviré como entrante. Tal vez la digestión de mis palabras consiga reordenar esta cambiante nube de indecisión que revolotea mi garganta...
Y se queda dormido de nuevo. Sin soltarse de mi mano, enroscado a mi cuerpo con infantil ternura.