Lo infraleve

Excesos en la mirada

27 septiembre 2006

Mira lo que ella ve

Comer a bocados, a mordiscos, a tragos. El arte tiene también esta misión fagocitante.
Absorción del mundo.
El artista no sólo descubre lo invisible.
Isabel Muñoz lo atrapa y lo entrega para que podamos participar de la pasión del ojo.
Trozos de cuerpos que cuentan historias. Movimientos capaces de explicarse a sí mismos. Exageración.
Bofetón que espabila.
La exposición del Centro Cultural de la Villa recorre los quince años de trabajo que van del capoeira a las maras salvadoreñas, de las mujeres iraníes a las escarificaciones etíopes, Cuba, Camboya, Camboya herida y la terrible acusación de los vendedores de naranjas, un paseo sombrío por la carne de las niñas vendidas, de los labios pintados de las más desdichadas. Niñas como la mía que no tuvieron la suerte de nacer en una casa en la que no les cambiaran por una lavadora. Mirarán a otro lado quienes viajan al sexo infantil en la parte del mundo que no ensucia su puerta.
Isabel coge los negativos y el platino y los amplía hasta que nos azotan la retina con sus cuerpos negros desnudos y los bultos presionando braguetas de toreros, bailarines y cueros enfrentados.
Un pie acaricia bajo una cremallera.
Una mano recorre la carne de gallina de una espalda.






Unos labios se acuestan.



















Una falda se abre.

















Fragmentos.
Sudor.
Piel.
















La otra noche Isabel hacía su trabajo. Tú ponías el título y el cuerpo.



El hombre de la foto ofreció un beso al mundo. Yo también tengo la mía.
Una locura.

26 septiembre 2006

Pastoreo ilustrado

Tengo que contarte que lo que más me gustó de la noche fue agarrarme a tu brazo cuando los pies ya no me sujetaban. Reconozcamos que era un poco absurdo pasear por los sitios de siempre con cara de sorpresa. Lo primero que vimos era lo que ya queríamos haber visto, las fotos de Isabel, pero esto merece más detalle, un recorrido exacto por los cuerpos en los que nos permite penetrar. Desnúdate, ofrece un beso al mundo.
Subimos y bajamos por las luces y vimos fantasmas de cartón en las ventanas. Nos resguardamos de la lluvia en el momento justo, en el olor del hálito de plantas de la terraza del Palacio, con dos copas de vino chileno y un par de tostaditas de sabores indianos. Mientras llovía, los espíritus se vistieron de niñas florecidas y guiñaron los ojos a la cultura maquillada.
Había bebés dormidos en brazos de sus padres junto a la biblioteca nacional. Los padres que querían entender de una vez por todas los secretos del códice Leonardo; muchachitos vestidos de negro flipaban con los cubos de luz; la gente se encontraba y se abrazada como si se marcharan de viaje.
Justo detrás de mí un chiquito francés le pregunta a su novio madrileño: y cómo fue lo lo de la guega civil aquí en Espania? Me enganché en su relato, la contienda contada en un romance, precisión cirujana de la Historia y también se atrevió el madrileño a reprochar a Francia su tibieza en el Líbano. Mientras escuchaban un cuento de terror, el chico madrileño apoyaba suavemente su barbilla en el hombro del amigo francés.
Las calles estaban salpicadas y los coches morían distraídos en cualquier confluencia; los políticos alcanzaban orgasmos de ver lo culturales que son los madrileños por las noches; hijos de Canogar trepaban por la Puerta de Alcalá como si fueran sueños y se escuchaba música en todos los pasos subterráneos, o eras tú caminando delante de mi cámara?

22 septiembre 2006

Sin absenta

Lo que más me sorprende es reconocerme en este intervalo de ajuste. Desde aquella noche en la que tuve tanto miedo de caerme por el balcón me puse a modelar cancelas, decoré los cerramientos con flores y me senté a acostumbrarme. Estaba más tranquila negándome de forma categórica todas las tentaciones, hasta con brusquedad, con un idioma artificioso de puro tajante. Cerré los ojos por los lados y caminé lo más recto que supe. No hacía tanto frío. Aún no lo hace. Pero echo de menos lo abrupto, el roce de la piedra en los talones, la flaqueza y lo trémulo del límite, las inseguridades de esconder parte de la cabeza, de anudar una esquina a lo que siempre huye (*). Ahora que soy buena me noto el corazón como si le faltaran las pestañas.

(*) al viento, a las olas, a las estrellas, a los pájaros, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que gira, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué hora es, y el viento, las olas, las estrellas, los pájaros, el reloj, os contestarán: ¡es la hora de embriagarse!. (B)

20 septiembre 2006

Nuestro último primer encuentro
















Fotos de U.S.

Sin saberlo, de forma prodigiosa, llegan los lazos de Cortázar y Durás. Un extremo se acerca desde París, el otro, mientras tanto, viajaba de Madrid a su casa. Sin saberlo. Quizá sabiéndolo sólo desde dentro, desde lo que no puede verse.
Llegan los hilos, se rozan, se acarician, se entregan y se anudan invadiendo este día de luces de colores.
Este tiene que ser el olor a sorpresa.

19 septiembre 2006

Esta foto aún no es mía

Se precipita la zona de sombra en el jardín, la sombra fin de verano, aunque me niegue todavía a renunciar a la sandalia. Hablemos de viajes, trayectos que huelen a humedad, a insectos, a libros y camas incómodas. Ya empiezo a soñar con lugares centrales a recorrer con botas, a recoger con cámara y con boli, a ser la lagartija que me gusta. Anoche revolví los cajones buscando el pasaporte y me quedé dormida en un lugar extraño con tres monos salvajes de dientes afilados. Esto le daría miedo a cualquiera. Salí corriendo con una calentura en la boca que no me permitía hablar correctamente. Escuchaba mi nombre por la espalda y me volvía pero nadie miraba. Estoy sola y mi perro no entiende de ladrones, se junta con cualquiera.
Se alarga la zona de sombra en el jardín de tierra, riego las malas hierbas porque también florecen y me miran con buenos ojos. Me pongo nerviosa por teléfono, pronuncio las vocales hacia adentro, silencios. Doy un montón de vueltas en la cama, con una ducha tuya se me pasa, tendrás que volver pronto.

15 septiembre 2006

Pataleta abochornada de quien no mueve un dedo

Sigo asustada por la inmovilidad. Es tan escandaloso lo que ocurre que me sorprende que no se caigan las ramas de los árboles al paso de estos batallones de embusteros. Leo las cosas que no puedo creerme, las ignominias y los espumarajos, pues sí, a mí sí me avergüenzan. Pero no se imaginen que esto va sólo de los otros, también me avergüenzo de mímisma, por todos mis compañeros y por mí el primero, que sigo aquí, formando parte del arreo para pagar la casa y los bollitos y el café del desayuno, contando cuentos que no hay quien se los trague. Dice mi compañero que escribo la verdad, que la verdad sólo depende de los puntos de vista, de los papeles que dejen de citarse, de las cifras que no completen el listado, de la gente con la que no se puede hablar, de la gente con la que sí. Glups! La verdad verdadera puede ser una grandísima patraña. Miro a mi alrededor y animo a todos a no quedarnos quietos, y me doy una patada en el culo tan fuerte que me duele que haya fiesta este fin de semana cuando hay tan poca cosa que celebrar.

13 septiembre 2006

Las bocas se abren y huele a cerrado

Es la distancia la que me procura una visión distinta. Todo el día recorriendo fascículos de mínimo interés y máximo afán de manipulación. Mi hija compra una docena de huevos para lanzar, cada día es más bruta, pero al final sólo se atreve a echar miradas torvas a lo que no se cree. Dice que es radical en esas cosas y que se pasa por su bolso de rayas la moderación. Hago el papel de madre para tranquilizarla pero en el fondo sé que no le falta razón. Yo también me voy desencantando y pronunciando frases que negué mucho antes de que cantara el gallo. Pero les veo ahí, diciendo lo que conviene a cada rato, a cada silla, plagaditos de errores gramaticales, carentes de decencia, contraponiendo excusas como si sólo escuchasen los más necios, es probable, léase la apatía en cada cara, o más, la complacencia. Es la distancia la que me procura esta visión amarga, mastico caramelos para ver si se cura la fatiga de escribir todo esto sin creer ni una letra. Menos mal que llovió y el agua me trepó por las piernas de la falda, al mismo tiempo que la cara de un niño con un lunar en la punta de la nariz. Digo que menos mal porque así me emborrono y no se espesa tanto lo que queda de bueno. Hay ratas por las calles porque está casi todo levantado y no debe de quedar mucho sitio ahí debajo.

08 septiembre 2006

Sin miedo a la caída de la hoja

A base de manos polvorientas terminamos de colocar los libros y los platos. Veraneando entre la buhardilla y el jardín, pasito a paso fuimos mullendo espacios. En un descuido del taladro nos largamos a las playas de Huelva, dormimos en la casa de las fresas y comimos cigalas rellenas de mar. Una tarde tumbada en la piscina se me cayó la baba de placer y escribí un último poema con título de hormigas. Me alegré de verle, aunque no sé muy bien si tenía que haberle llamado, pero me alegré de verle y poder abrazarle, creo que un par de veces pudimos entendernos sin mover ficha. No estoy muy segura de esto último.
Estuve también en un concierto, la luna me llevaba de una baldosa a otra sin moverme del sitio, me desdoblaba con banda sonora sobre historia.
Otra foto me trae un pinchito de anchoas, una copa de vino rosado, una risa que nadie se imagina, un baño vestida de mi madre y el abuso celestial de su sofá porque el termómetro también afuera marcaba más de 40 grados, sería por eso, no?
Anoche me encontré con algunos de mis más queridos, todos vapuleados por los amores. El que está que se muere por los huesos de la que cree definitiva (esta vez sí, esta vez la encontré); el que da un paso atrás porque no se permite lujos con el dolor; el que está justo en medio del huracán sin querer tener que esforzarse por lo que tendría que ser fluir, él, que conoce tanto la importancia de lo dulce...
Mi viento del sur dice que no ha ensayado pero yo sé que ha aprendido lecciones, las ha cogido al vuelo y nos las regaló en desagravio.
Por fin pude leer aquel Retorno, 201, lleno de voces sin pulir, de las cosas humanas que rozan y hacen cortes profundos como el filo de una lata. Ahora duermo con Molina, Molinita, que vive dentro de El beso de la mujer araña, que cuenta las películas como nadie, que habla en femenino cuando recuerda al camarero del que está enamorado, cuando cierra los ojos en la cama de la cárcel y yo cierro los míos bajo el dibujo de las persianas en el techo.
Cuando abrí mi buzón hace unos días encontré cartas de cariño, postales de septiembre que esperan que amanezca el otoño para sacar papeles y colocarlos por el suelo evitando pisar en lo recién fregado.
He soñado que estaba de viaje y dormía en un bar entre los brazos de la estación del frío.
 
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